Por Celia Mesías
¿A quien no le han dicho que le duele la cabeza porque esta
ojeado; o luego de sucesivas desgracias, se le ocurre pensar que tal vez la mala
onda proviene de algún oscuro trabajo de hechicería y quiere cortar la maldita
suerte; el caso es que, ¿quién no ha recurrido alguna vez a la curandera del
barrio para que los desembruje?
Esta es la historia de la bruja de mi barrio, doña María
Clara, quien nació en Feliciano provincia de Entre Ríos el 8 de diciembre de 1941;
día de la Inmaculada Concepción. Su madre doña Julia, devota católica, tomó el
hecho como una señal, puesto que ella era la octava hija del matrimonio
y la hora del alumbramiento fue a las 8
de la mañana. Ella aseguraba que la pequeña había sido bendecida por la Virgen para
cumplir una misión en la tierra.
Cuando tenía los 4 años, aseguro ver al niñito Jesús en la
cabecera de don Serafino, su abuelo. Ese día fue a visitarlo, ya que estaba postrado
al caer de su caballo días antes. Horas más tarde de la visión de María Clara, milagrosamente
don Serafino pudo ponerse de pie, lo que confirmo las sospechas de su madre atribuyéndole
poderes curativos a la pequeña. Así le hicieron la fama de vidente y sanadora, mucha
gente de todas partes, la buscaba para recibir la bendición de sus dones.
A los 18 años se casó con Eduardo, su compañero durante 25
años, se mudaron a San Nicolas, tuvieron una hija, Aurora y un hijo Mariano.Al llegar de Feliciano, compraron una casa pequeña en construcción
al sur de San Nicolás de los Arroyos, Eduardo era carpintero y pretendía instalar
el taller en su casa; María Clara tendría una habitación destinada a sus tareas
terapéuticas. Crió a sus hijos y dirigió su casa con eficiencia y dedicación,
mientras atendía a un número cada día más numeroso de “pacientes” que la
consultaban por un empacho, una hernia, conseguir trabajo o curar el mal de
amores.
María Clara atendía a todo el mundo, recetando yerbas,
oraciones y elixires que ella misma preparaba y cobraba al “paciente” según su condición
social o portación de cara. Pronto se hizo popular en toda la región, venían de todas
partes en colectivos y hacían cola días enteros, las fechas por ella designados;
como es de esperarse se le atribuían trabajos evocando entidades del cielo y
del infierno.
Mi casa estaba en la esquina,
a media cuadra de su casa y los días de “cura”, no sé si era por los rumores
que escuchaba o si en verdad la ya reconocida “bruja María” tenía tratos con el
mas allá, el asunto es que, se veía a la noche como una nube rara arriba de la morada
de la vidente, lo cual me daba mucho miedo.
Un día de verano, mi hermano y yo estábamos muy enfermos,
hacia días que los médicos no podían determinar que nos producía tanto malestar
y los tratamientos que nos aplicaban, no eran efectivos para lograr una mejora.
Así pues, mi mama se decidió a llevarnos a lo de la “bruja María”.
Era de noche y me costó
llegar hasta allí; mis piernas temblaban incesantemente, no por el mal que me
aquejaba, sino por el susto que tenía al estar con esa señora tan especial.
En esa época ya era una mujer mayor, canosa, de estatura
baja, vestida con túnica oscura y un lenguaje corporal muy misterioso. Había enviudado
ya hacía años. Nos hizo pasar primero,
como gesto de buena vecina, a pesar de que el lugar estaba lleno de gente.
La salita donde
escuchaba a sus visitantes y “diagnosticaba” el procedimiento de sanación era
reducida, estaba iluminada apenas por una luz tenue en el medio de la habitación
donde había una mesa redonda pequeña con un mantel rojo y una vela rosa, otra celeste y otra blanca; en un costado había una
camilla cubierta con una sábana blanca. Todas las paredes estaban tapizadas de imágenes
religiosas de diversos tamaños y había olor a sahumerio mezclado con velas.
Al ingresar le dijo a mi hermano que se acostara en la camilla
y empezó a tocarlo en la cabeza, bajando las manos hasta su estómago y volviéndolas
a subir hacia su cabeza, mientras le hacía preguntas a mi mama que no recuerdo,
pero si recuerdo que emitía un sonido raro, como un silbido. Yo miraba la
escena esperando mi turno. Al llegar, repitió el ritual, diagnostico
un mal de ojo de alguien que supuestamente nos envidiaba; le dio a mi mama unas
yerbas con indicaciones, aconsejando volviéramos
los próximos 3 días para completar el “tratamiento”.
Aunque resulte extraño, sanamos.
Los hijos de María Clara le regalaron 5 nietos, lo digo así
porque todos vivieron en su casa, ella los educo y consintió con mucho amor
hasta que fueron adultos y abandonaron el tibio nido de esa peculiar abuela
para formar una familia; todos estudiaron alguna carrera, solventada por la
anciana que de ningún modo dejo sus misteriosas practicas hasta su muerte a los
95 años, cuando se durmió una noche para no despertar jamás.
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