martes, 11 de junio de 2013

Doña María , La hechicera del barrio

Por Celia Mesías

¿A quien no le han dicho que le duele la cabeza porque esta ojeado; o luego de sucesivas desgracias, se le ocurre pensar que tal vez la mala onda proviene de algún oscuro trabajo de hechicería y quiere cortar la maldita suerte; el caso es que, ¿quién no ha recurrido alguna vez a la curandera del barrio para que los desembruje?
Esta es la historia de la bruja de mi barrio, doña María Clara, quien nació en Feliciano provincia de Entre Ríos el 8 de diciembre de 1941; día de la Inmaculada Concepción. Su madre doña Julia, devota católica, tomó el hecho como una señal, puesto que ella era la octava hija del matrimonio y  la hora del alumbramiento fue a las 8 de la mañana. Ella aseguraba que la pequeña había sido bendecida por la Virgen para cumplir una misión en la tierra.
Cuando tenía los 4 años, aseguro ver al niñito Jesús en la cabecera de don Serafino, su abuelo. Ese día fue a visitarlo, ya que estaba postrado al caer de su caballo días antes. Horas más tarde de la visión de María Clara, milagrosamente don Serafino pudo ponerse de pie, lo que confirmo las sospechas de su madre atribuyéndole poderes curativos a la pequeña. Así le hicieron la fama de vidente y sanadora, mucha gente de todas partes, la buscaba para recibir la bendición de sus dones.
A los 18 años se casó con Eduardo, su compañero durante 25 años, se mudaron a San Nicolas, tuvieron una hija, Aurora y un hijo Mariano.Al llegar de Feliciano, compraron una casa pequeña en construcción al sur de San Nicolás de los Arroyos, Eduardo era carpintero y pretendía instalar el taller en su casa; María Clara tendría una habitación destinada a sus tareas terapéuticas. Crió a sus hijos y dirigió su casa con eficiencia y dedicación, mientras atendía a un número cada día más numeroso de “pacientes” que la consultaban por un empacho, una hernia, conseguir trabajo o curar el mal de amores.
María Clara atendía a todo el mundo, recetando yerbas, oraciones y elixires que ella misma preparaba y cobraba al “paciente” según su condición social o portación de cara. Pronto se hizo popular en toda la región, venían de todas partes en colectivos y hacían cola días enteros, las fechas por ella designados; como es de esperarse se le atribuían trabajos evocando entidades del cielo y del infierno.
Mi casa estaba en la esquina, a media cuadra de su casa y los días de “cura”, no sé si era por los rumores que escuchaba o si en verdad la ya reconocida “bruja María” tenía tratos con el mas allá, el asunto es que, se veía a la noche como una nube rara arriba de la morada de la vidente, lo cual me daba mucho miedo.
Un día de verano, mi hermano y yo estábamos muy enfermos, hacia días que los médicos no podían determinar que nos producía tanto malestar y los tratamientos que nos aplicaban, no eran efectivos para lograr una mejora. Así pues, mi mama se decidió a llevarnos a lo de la “bruja María”.
Era de noche y me costó llegar hasta allí; mis piernas temblaban incesantemente, no por el mal que me aquejaba, sino por el susto que tenía al estar con esa señora tan especial.
En esa época ya era una mujer mayor, canosa, de estatura baja, vestida con túnica oscura y un lenguaje corporal muy misterioso. Había enviudado ya hacía  años. Nos hizo pasar primero, como gesto de buena vecina, a pesar de que el lugar estaba lleno de gente.
 La salita donde escuchaba a sus visitantes y “diagnosticaba” el procedimiento de sanación era reducida, estaba iluminada apenas por una luz tenue en el medio de la habitación donde había una mesa redonda pequeña con un mantel rojo y una vela rosa, otra celeste y otra blanca; en un costado había una camilla cubierta con una sábana blanca. Todas las paredes estaban tapizadas de imágenes religiosas de diversos tamaños y había olor a sahumerio mezclado con velas.
Al ingresar le dijo a mi hermano que se acostara en la camilla y empezó a tocarlo en la cabeza, bajando las manos hasta su estómago y volviéndolas a subir hacia su cabeza, mientras le hacía preguntas a mi mama que no recuerdo, pero si recuerdo que emitía un sonido raro, como un silbido. Yo miraba la escena esperando mi turno. Al llegar, repitió el ritual, diagnostico un mal de ojo de alguien que supuestamente nos envidiaba; le dio a mi mama unas yerbas con  indicaciones, aconsejando volviéramos los próximos 3 días para completar el “tratamiento”.
Aunque resulte extraño, sanamos.
Los hijos de María Clara le regalaron 5 nietos, lo digo así porque todos vivieron en su casa, ella los educo y consintió con mucho amor hasta que fueron adultos y abandonaron el tibio nido de esa peculiar abuela para formar una familia; todos estudiaron alguna carrera, solventada por la anciana que de ningún modo dejo sus misteriosas practicas hasta su muerte a los 95 años, cuando se durmió una noche para no despertar jamás.

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