jueves, 13 de junio de 2013

Dos hombres, un mismo camino


Por Beatriz Alicia Buonocore.

Dos hombres parados debajo de un sauce estaban observando el río. Un río caudaloso bajo un cielo celeste, en el cual no se observaban nubes. El resplandor del sol era tan brillante que cegaba la visión. Las canoas a remo iban y venían de una punta a la otra. Había un grupo de personas  descargando carretas, algunas tiradas por varios caballos denotaban que la carga era pesada.
Uno de los dos hombres vestía un traje militar: chaquetón de paño azul haciendo juego con un pantalón del mismo color, un chaleco colorado con cuello alto puntiagudo, con una brillante espada que colgaba de una sablera que rodeaba su cintura. El otro estaba vestido con uniforme de uso diario: chaqueta y pantalón azul, con botas y gorra negra que tapaba su ancha frente, preparado para confundirse en el campo casi selvático  de aquel paisaje.                                                                        El primero era nada menos que el General Juan Manuel de Rosas dirigiéndo sus palabras a su hombre de extrema confianza, Lucio Norberto Mansilla de su misma jerarquía. No sólo los unía su amor por la patria, sino también una relación familiar, eran cuñados. Mansilla, uno de los generales que sirvió fielmente en las filas de J.M.de Rosas y donde organizó todo el despliegue técnico y estratégico, para defender los ríos internos de la Confederación Argentina, en este caso el Paraná.                              
Esa mañana, ambos mantenían una conversación:
 -  General,  me comunicaron que ya salieron del Río de la Plata y están llegando a San  Pedro,  dijo  Mansilla mirando a Rosas.
-  Confío en usted para que lleve a cabo la estrategia que juntos planeamos, para detener a los invasores. La flota anglo-francesa no avanzará. Aquí, en este Paso del Tonelero, los detendremos, afirmó convencido Rosas, mirando como transportaban cañones recién llegados. Siguió diciendo :                                                                                                                                                ¿Falta mucho general, para que esté todo listo?
 -  No, señor, sólo unos pocos alistamientos y las tres cadenas estratégicas estarán listas. ¡Esperamos terminar antes de la tormenta!, aclamó mirando al cielo, en el que comenzaban a verse grandes nubarrones.
Después de la conversación, los hombres se despidieron, dándose las manos y el saludo militar obligatorio.
Al transcurrir las horas, el cielo se cubría cada vez más de nubes oscuras, casi negras que dejaban una fuerte tormenta.
Los soldados, alrededor del fogón, esperaban la llegada del invasor. Estaba todo preparado para hacer una buena y exitosa batalla. La tormenta llegó y volteó todo lo que pudo. El viento soplaba embravecido, los  combatientes trataban de refugiarse del inesperado y nuevo agresor, que llegaba para destruir todo lo que encontraba a su paso.
Llegó la mañana, todo lo que habían logrado el día anterior estaba destruido, Las líneas de combate desbastadas. Los soldados, mojados, se miraban unos con otros, tristes y   apenados. El enemigo se acercaba y el tiempo no alcanzaba para reconstruir todo lo arruinado por la tormenta.
El general Mansilla estaba pensativo, con su mirada perdida en el horizonte. De pronto, reaccionó gritando una orden a su capitán:
-  Un grupo de hombres se quedará a  armar nuevamente las cadenas de combate. Otro grupo me acompañará a reforzar los puestos, en el paraje de  La Vuelta de Obligado. Allí trataremos de retenerlos y darles tiempo a reacomodar todo esto que destruyó el viento.
La Vuelta de Obligado era otro punto estratégico, al igual que El Paso del Tonelero. En esos lugares, el río se hace más angosto. Sólo 700 metros  separaban las costas y se podía atacar sin mayores problemas. La artillería llegaba de una orilla a la otra sin complicaciones.
La batalla se libró. La flota extranjera formada por quince buques ingleses y franceses, escoltaban a un centenar de barcos mercantiles. Según el general Rosas: “La fuerza naval más importante vista hasta entonces en el Río de la Plata,  buscaba pasar forzando el libre comercio con el Litoral y el Paraguay". Rosas había rechazado todas las intimidaciones de las potencias europeas, cuyos intereses, eran lograr transitar libremente los ríos argentinos.  Rosas, decidió resistir semejante atropello.
El saldo de muertos fue mayor para las columnas confederadas. Igualmente, los enemigos sufrieron grandes averías en sus buques,  que los obligó a permanecer casi 40 días en La Vuelta de Obligado. Esto dió lugar a que se reestablecieran las fuerzas del general Mansilla, en el Paso del Tonelero.

Un nuevo encuentro en el Tonelero.
Después de unos días, se encontraron nuevamente Rosas y Mansilla a pocos kilómetros del Tonelero. Como siempre, se saludaron con una cordial fraternidad. Los dos, sentados en un bodegón, tomaban un licor y conversaban sobre el ataque que realizarían en El Paso del Tonelero a la flota anglo-francesa. El Plan era el mismo, pero habían llegado más refuerzos de hombres  y  armamentos. Rosas estaba preocupado por la salud de Mansilla, que había sido herido de un disparo en el abdomen durante la batalla de la Vuelta de Obligado, le preguntó:
-  general Mansilla ¿cómo se siente usted después de tan terrible herida?  
-  Muy bien, señor.  La herida está cerrando.
-  ¡Cuídese!, le recomendó su cuñado.
Rosas era “un hombre alto, rubio, blanco, semipálido, un cuasi adiposo napoleónico, con mirada fuerte y nariz grande afilada, tirando más al griego que al romano, labios delgados, perfectamente afeitado”, así definió  su primo.
Siguieron conversando un buen rato. Acordaron los  pormenores, hablaron y repasaron los lugares estratégicos, de  las zanjas cavadas para el resguardo de los soldados,  de la ubicación de cada una de las baterías. Era una logística impecable, de precisión,  se notaba el fervor de ambos. El ansia de la victoria estaba latente.
Cuando llegó la tarde, estaba todo listo, cada hombre en su puesto, cada detalle preparado, el convoy se acercaba. El enemigo, también listo.
Los cañonazos comenzaron a hacerse escuchar. Estremecedores estruendos asustaban a los hombres de ambos bandos, durante horas se oyeron los disparos, los gritos, los llantos de los heridos. Cuerpos mutilados, esparcidos por la costa arenosa del Paraná. Barcos con mástiles destruidos, hundiéndose en las profundidades del río.
En lo alto de la barranca, Rosas observaba cada movimiento; su rostro reflejaba la victoria llena de dolor. Muchas bajas nuevamente en las filas del ejército de la Confederación.   El otro hombre se acercaba, caminaba lentamente. Estaba oscureciendo.  El general Lucio Mansilla llegó al lugar.  En el encuentro, se saludaron con un gesto informal. Se les notaba en el rostro  el cansancio, el desbastamiento, el sosiego que le hacía falta después de tanta tensión.
Esforzaron una sonrisa en medio de tanto dolor. Conversando comenzarón a caminar rumbo al campo donde se había librado la batalla. A medida que iban pasando por las filas de los soldados, ambos eran saludados con fervor. Algunos gritaban “Viva la Confederación”, unos sonreían y otros lloraban. Lo más importante era que habían logrado el objetivo de debilitar a la flota extranjera. Aunque haya sido por la fuerza, la convencieron de que los ríos son argentinos.



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