jueves, 4 de julio de 2013

Historias inolvidables

Por Beatriz Alicia Buonocore

“Si de tradición oral hablamos, diste con la persona indicada,  soy la cuarta generación de una familia que vive dentro del Teatro. Mi bisabuelo trabajó como albañil en su construcción, con vivienda en el interior del edificio. Luego nacieron mi abuelo, mi mamá y yo”, fue la respuesta de Flavio Verandi, actual conserje del Teatro, cuando le pregunté si tenía conocimiento de algún acontecimiento que haya ocurrido dentro de este emblemático espacio cultural nicoleño.
Había escuchado por compañeros de trabajo que el Teatro encerraba varias historia y eso bastó para que me decida a investigar sobre cuentos, leyendas o simples hechos que ocurrieron allí. Tenía que encontrar a alguien  con los conocimientos necesarios  para que me provea información, fue entonces que me contacté con él.
El pintor y el manto
Una de estas historias tiene la mezcla perfecta entre fábula y verdad y es quizás la historia más conocida entre los pobladores de una ciudad que no olvida. Cuentan que el artista estaba pintando el manto de la cúpula del Teatro Municipal Rafael de Aguiar cuando de repente su escalera (compuestas por varias unidas, dada la altura) se derrumbó y él cayó al suelo. El golpe fue mortal. Las personas que lo estaban ayudando en la obra, después de tan angustiado shock, decidieron mezclar parte de la sangre derramada del pintor con la pintura que se estaba usando. De esta manera, su nombre, su obra y su alma quedarían estampados en la  eternidad. Es por eso, que ese paño rojo  que cubre una de las figuras fue grabado con dos tonalidades diferentes de bordó.

El artista a cargo de  la decoración del telón y la cúpula del Teatro Rafael de Aguiar era  el italiano Rafael Barone, quien murió muchos años después de la construcción del Teatro. Entonces, cabe preguntarnos ¿cuánto de verdad tiene esta historia? El único que podía resolver el cuestionamiento era Flavio, su familia venía de larga tradición viviendo en el teatro. Imaginé que sabría la verdadera historia o por lo menos la más cercana de las versiones. No me equivoqué, su versión fue algo diferente y más lógica.
“La leyenda es la que contaste”, me dijo, pero “en realidad, como toda leyenda, se compone con algo de verdad y algo de fantasía. La veracidad histórica fue que un albañil murió al caerse del andamio durante la construcción del Teatro. Tomaron ese hecho y las dos tonalidades diferentes de un manto pintado en la cúpula para elaborar esa leyenda del pintor”.
                                                                                                                                                                 

La tía Luisa
Otra historia que Flavio me contó tiene que ver con su tía abuela, Luisa. Con sólo 5 años, ella se sentaba todas las tardes a mirar como Rafael  Barone pintaba prolijamente  en lo alto de aquel techo del  Teatro Municipal, sin imaginar que ese lugar iba recibir a tantos artistas a través de los años y que marcaría parte de la historia cultural de la ciudad. Era su pasatiempo, a ella le gustaba simplemente verlo pintar. El pintor cada tanto miraba hacia abajo y ella, con una sonrisa, le confirmaba su atención. No dejaba de observarlo. ¿Qué le llamaría tanto la atención?, ¿la altura, las figuras pintadas o el aburrimiento de no tener con quién jugar? Lo que fuera, era muy fuerte para hacer que una niñita tan pequeña pase horas allí, contemplándolo.
Un día Rafael  Barone le preguntó si no quería ser su modelo, si le gustaría que la pinte allí, en lo alto. Ella con sus ojitos brillantes, saltó de su sillita de madera y paja y con un movimiento de cabeza confirmó la propuesta. Enorme fue la sorpresa y alegría del primer conserje del Teatro, Ernesto De Spírito, cuando se enteró que su hija quedaría retratada en ese espectacular edificio que se asemejaba al Teatro Colón de Buenos Aires.
Spírito, a quien todos conocían como “Tito”, un italiano que llegó a la Argentina en el año 1900, integró el personal de la obra de la construcción del Teatro y más tarde quedó viviendo en el lugar, resguardando esa arquitectura copiada de Europa. Fueron varios los días que la niña posó con un vestidito blanco, parecida a un ángel, sosteniendo con sus manos un triángulo, con sus rulos bien peinados y cuidados por su mamá que la hacían aún más graciosa.
El pintor dedicó todo el tiempo posible para que esos rasgos que él percibía como perfectos y  lo inspiraban, sean dibujados tal cual. Se desconocen quienes son las otras figuras pintadas que acompañaban a la niña, si fueron imaginación del artista o extraídas de una realidad remota, pero por la tradición familiar sabemos que aquella niña que esta retratada en el techo y que modeló para que la inspiración del pintor fluyera fue la tía abuela de Flavio Verandi, nuestro entrevistado; la tía Luisa Spírito, hermana de su abuelo.
 
Spírito y Blanca Podestá
Esas no son las únicas anécdotas que existen en el Teatro. Otra más, entre tantas existentes,  se dio con la visita de Blanca Podestá, una reconocida actriz de principios del 1900 que involucró al bisabuelo de Flavio Verandi, "Tito". Él era el encargado de realizar varias tareas dentro del Teatro: era utilero, maquinista, albañil y electricista, aparte de conserje. Tanto, que su vocación de servicio fue reconocida en las posteriores décadas y su trabajo ha pasado de generación en generación en la familia De Spírito.
Aquella noche, todos se preparaban para ver la gran obra. Bueno, no todos, ya que solo iba al teatro la aristocracia de la ciudad. Actuaba la reconocida actriz, Blanca Podestá, y todo estaba listo para una función a sala llena. Había butacas para 800 espectadores, pero ese día fueron muchos más. Se agregaron sillas en los costados de la sala  y algunas personas permanecieron paradas, aunque no estaba permitido. No dejaron a nadie afuera, seguramente no habría otra oportunidad de volver a verla.
El telón se abrió y comenzaron los aplausos cuando Blanca Podestá apareció. El teatro se estremeció de emoción: las manos de los espectadores no dejaban de aplaudirla, así que ella esperó la calma de esas personas eufóricas para comenzar la actuación. Protagonizaba un papel de médium. En la escena principal, la médium invocaba a los espíritus diciendo: “Espíritu ven a mí, espíritu ven a mi…”. Al escuchar esta frase, el señor Spírito, "Tito" fue hacia el escenario e interrumpió el espectáculo. Flavio lo definió de una manera graciosa: “mi bisabuelo, que estaba entre bambalinas y medio dormido, creyó que Blanca Podestá lo llamaba e ingreso al escenario, arruinándole la escena. Este acto despertó la ovación de la platea”.
La anécdota siempre fue recordada con agrado y simpatía, pasando de generación en generación. Hoy inmortalizada dentro del Teatro, recordándola cada vez que se hace una especial mención hacia “Tito”.

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