martes, 30 de abril de 2013

Fusilamiento en la Plaza Mitre

Por Tamara Sanchez

Abrió los ojos y observó la pequeña habitación. Ya no veía la abrazadora luz del sol de medio día. Lo último que recordaba era que desembarcó de una goleta que los trasladó desde Rosario hasta el Puerto de San Nicolás junto a su padre, el Comandante Montenegro, el Coronel  Videla, los tenientes coroneles Luis Carbonell, Francisco Campero y Ángel Altamira,  dos Sargentos Mayores y algunos civiles. 
Ahora se encontraba junto a todos los tripulantes de la nave en esa pequeña y húmeda habitación. Romualdo, el más pequeño de todos, ya podía avizorar el futuro, sabía que más allá de las promesas y los compromisos asumidos con el pueblo, los Federales no los dejarían ir tan fácilmente. Miró a su padre, enfermo, recostado sobre el suelo y se sentó a su lado. Tomó su mano y cerró sus ojos, para poder regresar al instante en el que se despidió de su madre con un beso y se unió a la caravana del ejército del Gral. Paz para acompañarlo. 
Ese pequeño regimiento Unitario tenía la misión de dirigirse desde la ciudad de Santa Fé hacia tierras bonaerenses para concretar una importante tarea de espionaje. A pesar de lo pactado entre centralistas y federales no podian confiar en lo acordado. Durante el viaje, un grupo del Ejército Rosista los detuvo y los envió a Rosario. No entendían muy bien la situación pero estaban convencidos que no les sucedería nada, ya que luego de concretar la Paz en Córdoba, el Gobernador de la Provincia de Santa Fé y caudillo Federal Estanislao López, se comprometió a no penar a nadie más por hechos anteriores. 
Romualdo, ya había cumplido los once años, era muy joven para comprender los ideales revolucionarios que pregonaba su padre cada vez que le contaba una historia sobre las batallas libradas en las provincias del interior. Sin embargo comprendía la situación que vivía en ese momento.
La puerta de la habitación comenzó a moverse lentamente, Romualdo abrió los ojos y vio frente a él al hombre que los había guiado desde las costas del río Paraná hacia el cuartel. Los prisioneros se pusieron de pie y esperaron silenciosamente a que el comandante Ravelo, como se había presentado, emitiera la primera frase. Pasaron segundos, minutos, pero nadie decía nada. El comandante suspiró exageradamente y comenzó a hablar. 
A las cuatro de la tarde los prisioneros marcharon hacia la plaza Mitre que se hallaba en frente del cuartel en donde se encontraban cautivos desde su arribo. Guiados por un grupo de oficiales, al llegar formaron una fila y esperaron resignados la lectura de la sentencia de muerte, dictada por el Gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas.
Romualdo, con lágrimas en los ojos, miró hacia el cielo y exclamó el lema de la Patria, que impulsó a ese grupo de hombres a luchar: ¡Libertad y Honor!
En todos los lugares de la ciudad se oyó la descarga de fusilería que terminó con la vida de un grupo de revolucionarios, que lucharon para defender sus ideales y, entre ellos, un inocente niño que cumplía con su deber de hijo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario