jueves, 27 de junio de 2013

Eduardo Pedrazzini: el primer campeón nicoleño

Por Tamara Sanchez

El Presidente de la Nación Agustín P. Justo, se encontraba parado en la meta ansioso por agitar la bandera a cuadros y darle inicio a la primera carrera del gran premio de velocidad. Los pilotos sabían que no sería una tarea fácil recorrer más de 6.894 kilómetros por caminos aún sin marcar y señalizar. Sin embargo se prepararon especialmente para la ocasión, adaptaron sus autos de carrera y los convirtieron en vehículos cerrados, llamados de turismo o paseo como las nuevas reglas exigían.
Los 69 pilotos esperaban la señal, parados en la línea de salida para apretar el acelerador y afrontar la carrera más importante de sus vidas. Después de recorrer diferentes provincias a una velocidad máxima de 120 km/h los autos retornaron a la provincia de Buenos Aires. El piloto Ángel Lo Valvo, más conocido como “Hipómenes”, pasó a la historia ganando el premio de velocidad con su auto Ford V8.  El público ferviente también reconoció el espectáculo brindado por el resto de los pilotos participantes. Sabían que aportaban competitividad y emoción a la carrera.
El éxito del gran premio de velocidad hizo que el Avellanada Automóvil Club diera inicio a la competencia denominada “Primeras Mil Millas Argentinas”. En esta ocasión se inscribieron 48 pilotos, entre ellos Eduardo "el colorado” Pedrazzini -como lo llamaban sus amigos- nacido en la ciudad de Rosario y radicado desde hacía años en San Nicolás. Se mudó cuando era muy pequeño y fue en San Nicolás que creció y se desarrolló profesionalmente e instaló una concesionaria Ford, lo que le permitió mantenerse siempre cerca de su pasión: los autos. Todos ellos eran admirados por el público que comenzaba a darle un carácter muy popular a este deporte, cada vez más reconocido entre los ciudadanos argentinos.
La Carrera
Los competidores se reunieron en Av. Mitre para realizar una largada simbólica. Desde allí se dirigieron en caravana hasta Florencio Varela para comenzar las “Primeras Mil Millas Argentinas”. La carrera se desarrollaba normalmente, Pedrazzini no podía sacarle ventaja a Fisman quien la iba encabezando firmemente. 163 km de carrera habían transcurrido. A la altura de Gral. Belgrano, el “Colorado” Pedrazzini ve la posibilidad de sobrepasar a Fisman y lograr la punta. “El que no arriesga no gana”, se dijo, y apretó el acelerador, abriéndose por la izquierda logró su cometido. Desde ese momento, nadie pudo quitarle el primer lugar.
Los kilómetros restantes transcurrieron lentamente para él. No lograba percibir la línea de meta, miraba fijamente, no veía nada. Sabía que debía seguir con su pie en el acelerador. No tenía por qué preocuparse del resto, su ventaja era evidente. Minutos después logró visualizar la bandera, la bandera que marcaba su victoria, que haría su sueño realidad, se agitaba marcando el final de la competencia.
Miró hacía su derecha y recordó que se encontraba junto a él su amigo Liberato Fernández. Estaba perplejo, a pesar de su intento no pudo emitir ningún tipo de sonido. Abrió la puerta del auto y bajó. Miró a su alrededor y observó que la gente se abalanzó hacía él gritando y festejando. Todavía no podía reaccionar.
El regreso a San Nicolás fue muy emocionante luego de la gran victoria conseguida. En la ciudad, lo recibieron como a un héroe. Su familia y amigos sabían que significaba mucho para el “Colorado”, que representaba más que un simple logro deportivo: simbolizaba el triunfo de su pasión por los fierros.

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