martes, 11 de junio de 2013

Masón Luis Viale

Por Tamara Sanchez

La masonería nicoleña cuenta con más de 150 años de vida y tiene el privilegio de ser la primera creada en el interior de la provincia de Buenos Aires. Después de las 9 ubicadas en Capital Federal,  fue reconocida en 1866 como Logia Unión y Amistad Nº 10.
Numerosos personajes pasaron por esta casa ubicada en Nación 80. Presidentes, jueces, militares e intelectuales desfilaron por el Templo Masón evocando los principios de libertad, igualdad y fraternidad. Aseguran los más fieles adeptos a los principios masónicos, que aspiran al “perfeccionamiento del hombre conociéndose a sí mismo” para poder, de alguna manera, reflexionar  ante las situaciones que se presentan en la vida cotidiana. Es necesario, según los masones, “emanciparse de posiciones políticas y filosóficas, y ser capaz de formar su propio juicio”.
En el patio delantero de la Casa Masónica de San Nicolás podía verse, años atrás, un busto con la cara de uno de los masones más reconocidos y representativos de nuestra ciudad. Hace algunos años la escultura desapareció y no se volvió a colocar otra. El personaje del que hoy hacemos mención es Luis Viale, comerciante procedente de Chiavari provincia de Génova,  que llegó a nuestro país siguiendo los pasos de sus familiares instalados en la provincia de Corrientes; San Nicolás fue la ciudad que Viale eligió para instalar su comercio junto con su hermano y sobrino. Sin dejar de lado su trabajo y su oficio formó parte de diversas asociaciones destinadas a la caridad, esto permitió que la sociedad y la masonería local lo viera con muy buenos ojos.
En 1871, la salud de su sobrino lo obligó a realizar un viaje a la ciudad de  Montevideo. El Dr. Pedro Díaz de Vivar le recomendó baños de mar para poder recuperar su energía. Luis Viale sin pensarlo un minuto se dirigió con su sobrino rumbo a Buenos Aires, allí se embarcarían en el “Villa del Salto”. Sin embargo, un encuentro con viejos amigos hizo que desistiera y comprara los pasajes en el vapor “América”. 
Era nochebuena y la embarcación navegaba por las aguas del Río de la Plata. Viale se encontraba junto a su sobrino y sus dos amigos observando el suave deslizamiento del navío sobre las oscuras aguas del río más ancho del mundo. Minutos después, comenzó a ver que de la popa se elevaban gigantescas llamas que iluminaban el cielo de la noche. Corrió hacía el lugar y se colocó el salvavidas para ayudar a los navegantes que saltaban hacia el agua en un intento desesperado por salvar sus vidas.
Viale observó una mujer que agitaba sus brazos y se esforzaba por no ceder ante la fuerte corriente del río que quería arrastrarla hacía lo más profundo. Sin pensarlo se lanzó al agua y tomó a la mujer, dándose cuenta que estaba embarazada. En ese momento, decidió que daría su propia vida por ayudar a esa madre. Se sacó el salvavidas y se lo colocó a la dama consciente de que ese sería su último acto de caridad. No estaba arrepentido, ya que toda su vida se basó en ayudar a los demás y colaborar por el bien de la sociedad.
Más tarde se supo que la señora salvada por Luis Viale, Carmen Piñero de Marcó del Pont, era esposa de un reconocido masón de la ciudad. La Casa Masón de San Nicolás decidió brindar su homenaje al gran acto de valor de Viale colocando un busto en el  patio delantero del Templo. También se apostó una gran lápida de mármol en el panteón italiano del cementerio de San Nicolás. Al igual que la escultura, esta historia pretende ser un pequeño y merecido homenaje a ese protagonista de nuestro pasado.

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