jueves, 16 de mayo de 2013

Aventura sobre ruedas

Por Emilia Barbaro

Todos recordamos nuestra primera visita a otra ciudad, a un lugar alejado de nuestra casa, de la plaza, del barrio. Y es así como recuerdo mi primera visita a San Nicolás, a la ciudad de los adoquines y los edificios antiguos.
Veníamos en el auto de mi tío, todos apretados (hasta tuve que dejar a Yamila, mi amiga invisible porque no cabía ni un alfiler) porque siempre fuimos una familia que se caracterizó por moverse, como quien dice, en patota. Once personas cabíamos en un Renault 12 verde, que para ese entonces no era algo tan antiguo como ahora. Cada uno tenía su lugar y sabía quién iría a su lado o, en mi caso, quien me llevaría upa, obvio que mi mamá.
No leíste mal, éramos 11 los que bajábamos en el Parque San Martín, cual payasos de circo del autito. Recuerdo que tomada de la mano de mi mamá, porque apenas tenía 4 años, lo primero que divisé fueron unos autos a pedales. Eran simples carros, pero juro que en ese momento para mí fueron verdaderos autos a pedales. Con una incontenible emoción, le dije a mi hermana: “mirá, Vicky, vamos a andar en esos”. Ella solo me sonrió, nunca le gustaron mucho las aventuras y eso parecía serlo.
Mientras los grandes ubicaban los elementos de picnic y los 5 chicos restantes, es decir, mis hermanas y mis primos corrían a los juegos, yo me prendí de la pierna de mi madre rogándole permiso para subirme a esos carritos. No podía dejar pasar esa oportunidad, en mi ciudad no había esas cosas y yo quería ser piloto en esa aventura.
Después de un largo rato de enojo y lágrimas (siempre fue y seguirá siendo mi defecto ser caprichosa) cansé a mis padres y me dejaron ir junto a los demás chicos, no sin antes advertirme que por mi pequeña estatura no llegaría a pedalear. Y así era, los padres siempre pero siempre tienen la razón. Mis cortas piernas no llegaban a los pedales de los autos. Yo quería estar en la conducción del vehículo y no podía, me puse muy triste, pero mi primo se las ingenió para que mi paseo sea una aventura más allá del impedimento que se me había presentado.
En el parque hay un monumento a San Martín enorme, en ese momento las rejas que hoy lo encierran no existían, pero si existía la regla de no subirse con los carros. Mi primo, que siempre fue un desacatado, junto a una de mis hermanas llegaron al lugar y obviamente pedalearon hasta subir. Y yo que venía triste por no pedalear, comencé a sentir nuevamente la emoción de estar en uno de esos autos a pedales. Subimos hasta donde pudimos y empezamos a bajar marcha atrás, a toda velocidad y sin pedalear. Fue un momento inolvidable.
Sin dudas cuando tuvimos que devolverlos carros nos retaron, tanto los dueños de los cochecitos como nuestros padres. Pero a mi nada me importaba, mi aventura casi frustrada se había concretado y estaba feliz.
Esos autos a pedales marcaron muchas de mis excursiones a San Nicolás. Con el tiempo crecí -no creas que mucho- y pude llegar a ser la conductora. Igual creo que era mejor que me lleven, ¡son tan pesados!. Ni te digo si ya estuviste pedaleando 10 minutos de los 15 que dura el paseo, con 22 años y un domingo a la tarde.
Estoy segura que no soy la única que quiso vivir la aventura de conducir por primera vez un auto (aunque no tenga motor y caja de cambio). Y eso en San Nicolás es posible: solo hay que ir al Parque San Martín o a la Plaza 14 de abril, que está frente a cementerio, y disfrutar del paseo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario