Por Celia Mesías
Corría el año 1871 en la ciudad de Buenos aires,
Argentina; los inmigrantes llegaban de a miles en barcos,
el país estaba presidido por Domingo Faustino Sarmiento; los soldados volvían de batallar
en Paraguay en la guerra de la triple alianza portando, además del acostumbrado hastío, recuerdos sangrientos
y desidia, fiebre amarilla, la población porteña se redujo a la tercera parte, pues los pobladores
de la metrópolis, la abandonaban para escapar del flagelo. Entre los emigrados afectados por este mal se encontraba León Guruciaga, maestro superior, título que obtuvo en la escuela
Normal de su pueblo de Victoria (parte vasca de España). Hombre de carácter tesonero
e incansable que entregó sus servicios iniciales a la educación común.
Aquejado,
llego a San Nicolas de los Arroyos con la ferviente ilucion de colaborar en la formulación del pueblo que lo había acogido ya hacia varios años, luego de reponerse de su padecimiento se
hizo cargo de la Escuela superior.
Tuvo un aliado incondicional en su misión, su colega Melchor Echague, quien colaboro mucho en hacer real la visión que competían. Cuando se fundó la Escuela Nº 1 que llevaría el nombre de su entrañable amigo, ocupo el cargo de director, mando a acuñar medallas con este seguro y comprometido pronunciamiento ."No hay república sin pueblo educado".
Tuvo un aliado incondicional en su misión, su colega Melchor Echague, quien colaboro mucho en hacer real la visión que competían. Cuando se fundó la Escuela Nº 1 que llevaría el nombre de su entrañable amigo, ocupo el cargo de director, mando a acuñar medallas con este seguro y comprometido pronunciamiento ."No hay república sin pueblo educado".
Este
personaje de la historia nicoleña, vivió en la institución hasta su muerte en
1919 luego de 46 años de enseñanza; cuentan sus allegados que dejaba la ventana
abierta de su habitación porque daba al patio de la escuela, desde allí, podía escuchar las voces y los juegos de los niños, a los que amaba con fervor, disfrutaba de sus alumnos muchisimo veía en cada uno de ellos una promesa además se complacía con el repique de
la campana que informaba la iniciación o el final de la jornada escolar.
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