miércoles, 15 de mayo de 2013

El misterio de los tesoros en nuestras islas.

Por Beatriz A. Buonocore

Nadie puede resistirse a escuchar una historia tan fascinante como la de tesoros perdidos o escondidos y, más aún, si están tan cerca de casa, como en las islas, frente a la ciudad de San Nicolás. Esas islas donde los secretos se esconden en montes de sauces, espinillos o bañados. Esas islas que el Paraná envuelve con sus brazos fraternales. Esas islas que son poseedoras de ésta y muchas más creencias, leyendas, mitos y realidades.
¿A quién no le gustaría encontrar un tesoro? Ése que cuentan las leyendas urbanas, que no están escritas en ningún libro y que que solo se transmiten de generación en generación, de boca en boca, sin dejar saber si es realidad o fantasía.
Atrapa la idea. Para muchos, implica comprar detectores de metales y abocarse a la aventura de buscar; para otros, alcanza con saber más sobre el tema; y, para los más poéticos, significa soñar. Pero, ¿de dónde surge la convocatoria para despertar tanto interés en miles de personas?
No fue difícil encontrar tal respuesta al hablar con un profesor de historia, esos que también están atrapados por mitos y leyendas urbanas. Una amiga me dio su teléfono y lo cité en la costanera, a la que llamamos nueva. Nos presentamos y comenzamos nuestra caminata por el parque. Escuchó atentamente mi inquietud:
- ¿Cuáles son las causas de los misterios de tesoros en las islas? ¿Qué tiene de cierto y de fantasía?
- No se sabe si fue cierto o sólo una fantasía de una o varias personas que con el afán de llamar la atención, hicieron de esto, fábulas increíbles que aún en la actualidad son creíbles, me contestó con una sonrisa.
Las razones no son ilógicas. Siguió hablándome:
- Porque allá por el 1800 y pico, cuando las flotas británicas, francesas, portuguesas y brasileras intentaban penetrar en nuestros ríos para apoderarse de todas nuestras riquezas, con el fin de comerciar libremente, eran reprimidos fuertemente por hombres fieles a nuestras convicciones patrióticas y defensores de nuestra ciudadanía y patrimonio, agregó.
Lo miré, deseosa de que siga con su relato. Me gustaba y esperaba el momento de descifrar el porqué de los misteriosos tesoros escondidos en las islas. Seguíamos caminando por el parque que rodea al arroyo Yaguarón. Cada momento que pasaba, ese hombre me inquietaba más. Su tranquilidad me perturbaba, iba registrando en mi memoria cada palabra que salía de su boca, disfrutaba la tarde, el río y la historia.
Él, también entusiasmado, como si viviera esos momentos, como si se trasladará dos siglos atrás para descubrir esas joyas, esas monedas, esos utensilios de oro o quizás de plata, extraídos del interior de nuestra tierra madre, continuó: 
- A esos invasores que entraban fácilmente al territorio, les era difícil retirarse del mismo sin pagar altos precios en bajas. Eran atacados desde la costa por artillerías y cañones que les provocaban grandes pérdidas humanas y materiales, y es allí donde surge la versión de los tesoros misteriosos. Porque antes de ser atacados, anclaban en islas del Paraná y escondían sus tesoros para no perderlos. En muchos casos volvían por ellos pero en otros nunca podían hacerlo, al ser hundidos sus barcos.
Hice un suspiro, seguido de una sonrisa y él también sonrió. Sonreí con una de esas sonrisas de complicidad, de haber encontrado uno de esos famosos tesoros, que para mí lo era, porque el saber, el conocer, es un gran tesoro, intransferible, que nadie nos puede extraer.

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