jueves, 16 de mayo de 2013

Niza

Por Tamara Sanchez


Si eras un joven adolescente en los años 60 y 70 y vivías en San Nicolás, seguramente recordarás el “Bar Niza” , ubicado en plena calle Mitre, a pasos de la Plaza.
Se acerca el 25 de mayo y viene a mi mente la celebración del Día de la Patria y la Revolución de Mayo. A pesar de ser un hecho muy importante para nuestro país, les voy a contar sobre otra historia que se desarrolló en nuestra ciudad y que se vincula con esa fecha porque Salvador Lorenzo Cabezas nació, en Chivilcoy, un 25 de mayo de 1924.
Su familia era amante del campo y del trabajo al aire libre, por lo que adquirió varias quintas cerca de esa ciudad para instalarse definitivamente. Pero Salvador, que era un hombre soñador y visionario, decidió abandonar el campo y mudarse a la Ciudad de Buenos Aires.
Comenzó a trabajar en el hotel de un familiar ubicado a metros de la Plaza de Mayo y luego en el Ferrocarril Mitre, siempre en el área de la gastronomía. Gracias a sus trabajos, pudo aprender diferentes secretos para realizar los tragos más distinguidos de la época. Salvador siempre fue un hombre idealista y sus ganas de progresar y de conocer “algo más” lo llevaron a trabajar en Chile y ampliar aún más sus conocimientos gastronómicos.
Luego de algunos años en el país vecino, decidió realizar el viaje de vuelta hacía Argentina. Fue allí cuando se le ocurrió poner su propio negocio. Llamó a un amigo de la capital que se había mudado a San Nicolás y le consultó sobre las posibilidades de instalar un bar. Después de ver todas las opciones que tenía en la ciudad, eligió un local ubicado en la calle principal que se encontraba en Los Altos de la galería San Martín, lugar estratégico y de paso obligado para los jóvenes estudiantes de las escuelas Nacional, Misericordia y, muchas veces, de la Escuela Normal.
Ellos eran asiduos clientes del lugar, se hacían “la rata” para ir al bar y, como me contaba Salvador, “armar certámenes literarios o intercambiar cartas de amor”, siempre y cuando los preceptores de las escuelas no entraran en el Bar y los encontraran sin sus guardapolvos y uniformes bebiendo Naranjin y la Pomona (bebidas de ese tiempo sin alcohol).
También para los adultos fue el lugar de encuentro del momento, donde se bebía wisky de primera, vinos de las más antiguas cosechas, el "séptimo regimiento" y el "destornillador".  Era la época en que los jóvenes se junataban a bailar "Despeinada" del eterno Palito, y otras de Manolo Galván, Donald e Industria Nacional; cantar las canciones de Leo Dan y se cortaban el pelo al estilo “The Beatles”. Una generación que vivió la llegada del hombre a la Luna, la aparición de un mito de la música Rastafari -Bob Marley-, el movimiento hippie y que fue testigo de un cambio rotundo sobre los valores familiares y el rol de jóvenes, hombres y mujeres en el mundo. Para muchos, no hay época culturalmente más rica que la de los años 60`y 70`.
En este contexto nació el Bar Niza, llamado de esta forma en honor al lugar de orgien de la madre del dueño, quién venía de la costa sur de Francia. Con el paso del tiempo, se convirtió en un lugar de encuentro y de previa entre amigos, antes de dirigirse a los boliches.
Es ley que todos los bares tengan historias. Historias graciosas, sorprendentes y muchas veces increíbles. Salvador siempre decía que además de tener relatos típicos del lugar tenía personajes que marcaron y distinguieron el Bar Niza. Uno de ellos era el mozo Bulla. Todos los habitués lo conocían, sabían que si necesitaban ayuda para esconderse de los maestros o para servir de correo y llevar cartas de amor, podían confiar en él. Fue el cupido de Niza.
Un evento recordado por algunos de los concurrentes del lugar fue el de “la pileta del baño de mujeres”. Salvador notó que la pileta del baño cada día se encontraba más floja y supuso que era porque las jóvenes la utilizaban para sentarse. Entonces, para descubrir quién era la muchacha (como le decían en la época) que estaba rompiendo las instalaciones, decidió colocar manteca sobre toda la superficie de la pileta. Un día al salir un grupo de chicas del baño, descubrió que una de ellas tenía todo el guardapolvo manchado. La manteca había “arrojado sus frutos”. Salvador la llamó aparte y le habló sobre lo ocurrido. La joven no podía entender como sabían que era la “culpable”. Esta anécdota es una de las más famosas del lugar, quién concurrió a Niza tiene la obligación de saberla.
Cada vez que Salvador hablaba conmigo y nombraba el Bar Niza lo primero que destacaba era la amistad que forjó con muchos de los antiguos clientes. Armaban partidos de futbol en la quinta de uno y comidas en la casa de otro, siempre con cartas de por medio y vinos de primer nivel. Constantemente hablaba de las comidas que preparaba para sus amigos más íntimos en Niza, una vez que llegaba la hora de cerrar el negocio. Todos los gastos corrían por su cuenta. Él creía que era la forma de agradecerles que eligieran día a día su bar.

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