lunes, 27 de mayo de 2013

La historia secreta del Acuerdo de San Nicolás

Por Gaspar Martínez


El Acuerdo de San Nicolás fue un pacto firmado el 31 de Mayo de 1852. Continuando con obviedades, tuvo como consecuencias la sanción de la Constitución de 1853 y la separación de Buenos Aires del resto de la confederación. Hasta aquí, nada que no hayan aprendido de algún manual de historia, de una maestra del secundario o de la calle misma. Pero hay un hecho que pudo haber cambiado la historia, un altercado que pudo evitar la redacción misma de la Constitución Nacional de 1853, el posterior enfrentamiento con Buenos Aires y la participación (genérica) de dicho acuerdo en el preámbulo de la Constitución de la Nación Argentina ("...en cumplimiento de pactos preexistentes...").
No hubo un problema de agenda, tampoco alguien que acuse alguna leve enfermedad que retrase el tedioso viaje hasta San Nicolás. Sólo un imprevisto propio de una película de acción, un intento desleal por hacer de este mundo, un peor lugar.
En los idénticos vapores dispuestos uno a la par del otro, viajaron Justo José de Urquiza, Benjamín Virasoro (representante de Corrientes) y Alejandro Vicente López y Planes (gobernador y representante de Buenos Aires). En este último vale la pena hacer un alto, ya que su presencia en aquella comitiva era mal vista por la legislatura, por lo que viajó sin su consentimiento y en el mayor de los secretos, o al menos eso creían. Porque entre los miembros de la escolta logró colarse un hombre contratado para llevar a cabo una misión: la de evitar que lleguen a destino.
El viaje se presentó apacible y con una creciente niebla que impediría ver más allá de unos cuantos metros, por lo que la velocidad de una de las embarcaciones se redujo notablemente, mientras que la otra obvió las normas de seguridad y continuó a paso firme. La neblina comenzó a filtrarse entre las lujosas pero reducidas habitaciones de la cuidadosa barca y fue ahí cuando empezó la pesadilla. Urquiza y Virasoro degustaban  un whisky añejo cuando un individuo ingresó violentamente agitando un puñal y dispuesto a llevarse la vida de al menos uno de los presentes. El crujido de la puerta rompiéndose y los gritos alarmados de Justo y Benjamín atrajeron la atención de Alejandro, quien en cuestión de segundos se presentó en la habitación.
El atacante quedó en una inferioridad numérica que ya no podía equilibrar con el puñal, por lo que se escabulló entre la bruma lanzándose al agua. La vista de todos los tripulantes se posó sobre babor perdiendo incluso la escasa visión que se tenía de la proa. Fue tal el exabrupto, tan grande la sorpresa y tanta la incertidumbre, que nadie advirtió los bancos de arena y fango que el Paraná les tenía preparado. La embarcación que transportaba a los gobernadores sufrió un notable daño, impidiendo que pudieran continuar y los condenó a la espera de una ayuda que llegaría 16 horas después, cuando la niebla se disipó y los imprudentes navegantes del vapor que se había adelantado, advirtieron que algo andaba mal.
Al final, la comitiva llegó con algunos días de retraso y fue recibida por los gobernadores de Santa Fe, San Luis, Mendoza, San Juan, La Rioja, Tucumán y Santiago del Estero. Los tres gobernantes impuntuales acordaron ser discretos y no mencionar lo sucedido. Después de todo, lo importante era ese Acuerdo que iba a hacer historia.

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