Toda
una carrera de represión desmedida iba a
volverse en contra en la mañana del 14 de Noviembre de 1909, cuando el coronel,
junto a su secretario, viajaba en su auto camino a casa, luego del entierro de
un compañero de la Policía
de Capital Federal. En
la salida del cementerio de la
Recoleta , no percibió
la cercanía de un joven de origen ruso, vestido de negro, que lo esperaba desde hacia varios
minutos.
Un
ensordecedor estruendo se escuchó en la calle Quintana. El muchacho ruso había
arrojado una bomba casera, preparada con sus propias
manos meses antes, que impactó en el piso del Milord que trasladaba al jefe de la policía. El vehículo quedó destrozado, al igual que las
piernas de los ocupantes del mismo.
El oficial ya no sentía nada. Solo un escalofrío le recorría el cuerpo, recordándole todos sus años de violencia, de castigo y de rechazo a las
manifestaciones de quienes consideró anarquistas, por defender sus derechos y
necesidades.
Eran
muchos los que de una manera u otra, por su culpa, habían pasado por la misma
situación que él estaba viviendo. Los miles de reprimidos que se cobró en su paso por
la jefatura. Creía que nada podía detenerlo, era supremo y todos debían obedecerlo, pero
ese día su omnipotencia terminó al verse tirado, agonizando lentamente sobre el
empedadrado, esperando que alguien pueda ayudarlo, que alguien pueda salvarle
la vida.
En tanto, Simón Radowitzky, el joven ruso de 18 años, luego de lanzar el
explosivo corrió hacia el Bajo por Callao y al no poder escapar de las fuerzas, tras un grito de “viva la anarquía” sacó un arma y se disparó directo al
corazón. Pero el destino hizo que esa bala no le provocara la muerte, sino solo
heridas sin ningún tipo de gravedad.
Mientras
tanto, el coronel Ramón Falcón, fue llevado casi desangrado al Hospital Fernández, donde murió horas más tarde y sin nada más que hacer. Fue su carrera manchada
de terror la que terminó con su propia vida. Y así Radowitzky, que había jurado vengar a todos los reprimidos, esa mañana del 14 de Noviembre, lo consiguió.
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